PRENSA - YA NO HAY TRANVÍAS EN EL DESIERTO DE TEXAS
Puesta en Escena
Ya no hay tranvías en el desierto de Texas
por Teresa Gatto
22 de mayo de 2017

La obra escrita por Laura Coton encuentra en la dirección de Patricio Azor una renovada mirada sobre aquellos padecientes que pueden o no prescindir de su pasado pero cuyo presente arrastra el yunque de lo que no serán.. Espléndido espectáculo plagado de guiños y enormes trabajos actorales.

“Vagabundos sin tiempo y sin espacio,
una noche incesante nos envuelve,
nos enreda los pies, nos entorpece.

Caminamos soñando un gran palacio
y el sol su imagen rota nos devuelve
transformada en prisión que nos guarece”

Reynaldo Arenas. Tú y yo estamos condenados (frag.)

De pronto con una música imponente desde el fondo de escenario una luz que ciega lanza a los actores a escena. A su suerte. No es Hollywood, nada es rutilante, puede ser aquí y ahora. Están cambiados para quienes los hayan conocido antes. Ya no son Stella sino Estela, ni Stanley, que ahora se llama Estanislao. La propia Blanche Dubois se ha convertido en Blanca.

Arrojados impiadosamente al desierto de Texas, en la sequía y calor que ninguna cerveza puede paliar: ¿Qué ha quedado de ellos? Un pasado neblinoso y una misma miseria que se acrecienta porque no escapan, no logran escapar a ser los “alojados por el gobierno”.

Tratan sin remedio de revisar opciones, pero sobreviven magramente con unas monedas que Blanca recibe por ser cobayo de laboratorios diversos.

La obra escrita por Laura Coton, tiene hallazgos excelentes. La música en la que Estanislao, a cargo de un brillante Guido D'albo y Estela en la piel de Mirta Mato (una Estela de lujo) despuntan pasos de baile en una suerte de búsqueda inútil de un pasado perdido, un pasado que jamás fue un paraíso pero que como todo lo lejano parece mejor. En el medio, como siempre, Blanche/Blanca, en la siempre perfecta interpretación de María Nydia Irsi-Ducó.

Lejos está la lluvia de la región sureña en la que Blanche/Blanca despuntaba sus delirios de grandeza. Mitch ya no está, entonces Stanley/Estanislao debe vérsela con las dos mujeres.

Algo persiste en esta sequía de amor: la pretérita compulsa entre los cuñados, el divismo de Blanca, la mediación de Estela y la necesidad de huir. Las diferencias se aplacaron de algún modo. La pobreza homologa a todos para abajo.

El dispositivo escénico es rico en signos. Alejandro Mateo ha diseñado como siempre un espacio minimalista en el que cada símbolo del desgaste y el hoy se imponen para que los personajes no deban reponer casi nada de ese desierto en el que se encuentran. Sólo extrañar la lluvia. Sólo ver cómo nuevamente, otra vez, repitiendo patrones del ayer, se deshacen de Blanca. O eso al menos es lo que una estrategia textual maravillosa no hace creer.

Pato Azor los hace bailar, beber, debatir, pelar y hasta retomar viejas rencillas, pero si usted no ha visto Un tranvía llamado deseo no debe temerle a este desierto sin medios de transporte como los de 1947, año de estreno de la obra de que esta es un hipertexto fenomenal.

Porque hay un más allá de la Historia, hay un más allá de aquellas memorables escenas. Hay, existe, una puesta que resume en un signo espeso, todos y cada uno de los devenires posibles de los excluidos.

No sólo no hay tranvías, no hay chances, no hay salida, el sueño americano ha muerto para siempre, pero ellos, María Nydia Ursi Ducó, Guido Dalbo y Mirta Mato se infiltran en el presente y nos dicen que hay dramas eternos y que la novedad, lo nuevo, lo verdaderamente novedoso, son todos los trazos de humor que nos permiten sobrellevar la tensión de los losers. No hay carcajada, hay relax de una tensión taimada. Porque hay intervenciones extraescénicas que relajan al espectador y nos ponen en el mundo en el que un ojo invisible acecha las palabras, los decires y funciona como autocorrector. Maldades de la Modernidad las llaman.

Con un icónico diseño de vestuario y una iluminación de Lucas Orchessi, que juega a las escondidas, para dar el sol más abrazador de un desierto sin oasis o la noche más tremenda en esa quietud exasperante, ellos dejan todo y más porque si ya no hay tranvías en el desierto de Texas, esta vez Banche/Blanca tiene una estrategia que pone del revés aquellos ya sabidos de la obra germinal.

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