PRENSA - EL OTRO
Diario La Nación
Lo sagrado y lo profano
por Néstor Tirri

Nuestra Opinión: Muy Bueno

Capítulo uno. Un módulo coreográfico de cuatro figuras que, en bloque, aparecen en distintas ubicaciones de la escena, apagones mediante. Después diversifican la energía: se abren, corren, y las individualidades se definen. Un arranque clásico, en las tendencias contemporáneas de la danza (como la "apertura Casablanca", en el ajedrez) que, sin embargo, da lugar a que el sagaz coreógrafo Gustavo Friedenberg se interne, con El otro, en infrecuentes y estimulantes exploraciones.



Una suerte de ceremonia sufí.



Sorprendentes, además, porque uno espera que Cuando digo Magdalena, el texto en el que se inspira, aparezca a través de su concentrado ámbito literario (la Estancia Las Lilas), sus personajes y su intriga. Nada de eso. El autor no "escenifica" el relato con el que Alicia Steimberg ganó el Premio Planeta de novela sino que toma propuestas aisladas, tópicos, destellos irónicos en frases de reflexión, que las seis intérpretes femeninas del espectáculo van interpolando en el desarrollo de sus límpidos circuitos espaciales, casi siempre bailados.



Capítulo dos. Las dudas: en la selección de textos de la novela, el devenir de El otro depara la irrupción de una (muy producida) supuesta vamp, una composición irónica de la imponente Marian Moretti, que no tarda en deslizar algunos de esos raggionamenti tan caros a Steimberg sobre la condición de "ser judía", en oposición a quienes no lo son (como el católico que se identifica santiguándose en la calle); se recupera así aquella inolvidable voz de señora naïve que la novelista reproducía con agudeza y que mezclaba lo sublime con lo familiar (como quien se pregunta, por ejemplo, por qué desaconseja Dios la tentación sensual que provoca el rojo sangre de un voluptuoso borsh).



Lo que exalta Friedenberg es la idea de hasta qué punto, más que la introspección sobre sí mismo, la interacción con el cuerpo del otro (he ahí el título) configura la identidad.



Capítulo tres. La profusa (y alucinada) ejercitación vocal de un quinteto, sin dejar de evolucionar corporalmente, se ve respaldada por un coro, un fondo que suena desde una banda sonora que -dicho sea de paso- jerarquiza y da coherencia a la totalidad estética de la pieza. El diálogo con una voz del Más Allá (ese Dios que "ha estado a mi lado, bondadoso e ineficaz, toda mi vida") precede a la aparición final de una suerte de pitonisa, la admirable Paula Lena (en arte, Kalima), quien, circundada por el resto del elenco, girará incansablemente durante varios minutos, en una ceremonia sufi que (un tanto injertada, ya sobre el final) denota el ejercicio de una meditación o plegaria sin palabras, solo avalada por el movimiento.



Por lo demás, y desde lo estrictamente dancístico, el azar quiere que esta ceremonia en círculos concéntricos recuerde, inevitablemente y sin proponérselo, los giros con que Dore Hoyer bailaba su inolvidable Bolero, sobre Ravel. Solo que aquí da lugar, a modo de síntesis y de vibrante cierre, a la confluencia de lo sagrado y lo profano: una inesperada y fervorosa resurrección del microcosmos de Steimberg en el código de la danza.

http://www.lanacion.com.ar/1701401-lo-sagrado-y-lo-profano